Estudios Geologicos (Jun 2009)
La dorsal NE de Tenerife: hacia un modelo del origen y evolución de los rifts de islas oceánicas
Abstract
El Rift NE de Tenerife, conocido localmente como la Dorsal de La Esperanza, es un excelente ejem plo de un rift persistente y recurrente. Su estudio ha aportado evidencias significativas del origen y diná mica de este tipo de estructuras volcánicas. Los rifts son posiblemente las estructuras más relevantes en la geología de las islas volcánicas oceánicas: 1. Controlan, tal vez desde su inicio, la construcción de los edificios insulares; 2. Son elementos sustanciales en la configuración (forma y topografía) de estas islas; 3. Dan origen a sus principales formas del relieve y el paisaje; 4. Al concentrar la actividad eruptiva, son asimismo estructuras cruciales en la distribución del riesgo volcánico; 5. Condicionan la distribución de recursos naturales básicos, como el agua subterránea. En las Canarias están muy bien representados tanto los rifts típicos de los estadios juveniles de desarrollo en escudo, como los más tardíos, correspondientes a las fases de rejuvenecimiento post-ero sivo. El Rift NE es un buen ejemplo de este último tipo de rifts. El Rift NE se ha desarrollado en tres etapas diferentes separadas por periodos más largos de quiescencia o actividad reducida. La primera etapa, en el Mioceno (datada en 7,26 Ma), se formó como una extensión hacia el NE del escudo central de Tenerife, donde aflora debajo del macizo plioceno de Anaga. La segunda etapa, del Plioceno (datada en 2,71 Ma), sólo ha sido alcanzada en galerías. La tercera etapa se desarrolla en el Cuaternario, con una fase de gran actividad volcánica en el periodo comprendido entre 1,0 Ma y 0,5 Ma, en que se produjeron tres colapsos laterales (Micheque, Güímar y La Orotava). Posteriormente, la actividad eruptiva se hizo más espaciada y los centros eruptivos se dispersaron. Una última fase de renovada actividad se localiza alrededor de los 30-40 ka, con varios centros eruptivos en la parte del rift cercana a la Caldera de Las Cañadas y el complejo volcánico del Teide, y otros anidados en los diferentes valles de colapso (la alineación de Taoro, en el Valle de La Orotava, datada en 27 ka, y la alineación de volcanes de Arafo, Fasnia y Siete Fuentes, de 1705 AD). La elaboración de una detallada cartografía geológica y geomagnética (utilizando las inversiones del campo magnético terrestre impresas en las lavas) y la datación radioisotópica de las unidades volcanoestratigráficas y magneto-estratigráficas definidas (con 14 edades K/Ar nuevas) ha permitido la reconstrucción de la historia volcánica de esta última fase de desarrollo del Rift NE y la delimitación del tiempo de ocurrencia de los sucesivos colapsos laterales. En las fases iniciales de esta etapa los centros eruptivos se agrupan apretadamente en el eje del rift y las lavas muestran consistentemente polaridad inversa (correspondiente al cron Matuyama). Los diques muestran tanto polaridad normal como inversa. Sin embargo, en las fases finales tanto las lavas como los diques tienen siempre polaridad normal, correspondiente al cron Brunhes. Algunas secciones concretas están formadas por lavas de polaridad normal, atravesadas por diques que presentan tanto polaridad normal como inversa, correspondiendo, por consiguiente, a algún subcron de polaridad normal dentro del cron Matuyama, de polaridad inversa. En este caso se han definido y datado los subcrones M-B Precursor (819-798 ka) y Jaramillo (1.072-988 ka), que corresponden al Matuyama Superior. De los tres colapsos laterales que afectaron los flancos del Rift NE, los dos primeros (Micheque y Güímar) fueron esencialmente opuestos y simultáneos (hace 830 ka), posiblemente con el primero iniciando el proceso coincidiendo con una fase de gran actividad eruptiva e intrusiva. El colapso debió dejar el rift en un estado crítico de inestabilidad, lo que ocasionó el subsiguiente deslizamiento gravitatorio de Güímar. La fecha de ocurrencia del colapso de La Orotava no ha podido determinarse con igual precisión, quedando limitada entre 690 ka y 566 ka. La actividad eruptiva anidada en las sucesivas cuencas de colapso presenta una clara disminución, siendo muy intensa en la cuenca de Micheque, que quedó completamente colmatada, mientras que la de Güímar sólo se rellenó parcialmente y en la de La Orotava apenas hubo relleno a partir de centros anidados. Esto puede explicar la evolución de los magmas en la cuenca de Micheque desde erupciones inicialmente basálticas hasta intermedias y félsicas (traquitas y fonolitas) en las fases finales de relleno. Este proceso no se da en las demás cuencas de colapso ni en el resto del rift, donde las erupciones son consistentemente basálticas fisurales. La ocurrencia de los colapsos laterales en el rift NE parece coincidir con las diversas glaciaciones, sugiriendo que estos colapsos pudieran finalmente producirse como respuesta a los cambios en el nivel del mar. Los rifts en las Canarias podrían ser la manifestación en superficie de una pluma del manto, generando fracturas primordiales que darían lugar a rifts que actuarían a lo largo de la historia volcánica de las islas. Una vez establecidos, los rifts tienden a desarrollarse manteniendo el mismo sistema de alimentación y el mismo tipo de volcanismo, en forma de erupciones basálticas fisurales. Sin embargo, los colapsos laterales suponen un drástica y brusca ruptura del sistema establecido, que puede dar lugar al emplazamiento y residencia del magma en zonas superficiales y a su diferenciación, dando erupciones intermedias y felsíticas. Por consiguiente, los rifts y sus colapsos laterales actúan como impulsores de variabilidad petrológica en las Canarias, donde los volcanes centrales félsicos aparecen con frecuencia asociados (anidados) a colapsos laterales. En sentido contrario, estos volcanes félsicos pueden actuar como marcadores de colapsos laterales previos.
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