Medicina (Dec 1990)

Discurso de Posesión del Doctor Efraím Otero Ruiz

  • Efraim Otero Ruiz

Journal volume & issue
Vol. 12, no. 3
pp. 43 – 44

Abstract

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<p><em><strong>Señor Expresidente Betancur y señora de Betancur.</strong></em><br /><em><strong>Señor Viceministro de Salud.</strong></em><br /><em><strong>Señor doctor Jorge Cavelier, Presidente y demás miembros de la Junta Directiva saliente.</strong></em><br /><em><strong>Señor Secretario Perpetuo.</strong></em><br /><em><strong>Señores Académicos.</strong></em><br /><em><strong>Señoras, señores.</strong></em></p><p>Resulta doblemente exultante el poder acceder aquí, esta noche, ‘al sillón de los Presidentes de la Academia Nacional de Medicina: por una parte, por el cálido desafío que significa el tener que suceder, desprevenida y casi que obligatoriamente a un hombre de las cualidades personales y profesionales de Jorge Cavelier Gaviria, de quien ya más autorizadas voces han exaltado sus atributos, y por otra, por ser precisamente en 1990, a los 100 años casi exactos de haber expedido el Gobierno Nacional la Ley de creación de la Academia, centenario que nos hace contemplar hacia atrás su pasado fulgurante y no puede menos de comprometernos gravosamente para el futuro.</p><p>Estas dos circunstancias añaden a la solemnidad de este acto consagratorio la responsabilidad de un compromiso que resuena con más urgencia en las paredes venerables de este recinto máximo de las Academias de Colombia.</p><p>La distancia de 100 años no solo nos separa cronológicamente de varias generaciones sino que nos hace mirar con un cuidadoso lente retrospectivo la Colombia de hace un siglo. En efecto, cuando se dicta la Ley 71 de 1890 “por la cual se crea la Academia de Medicina Nacional” bajo la presidencia de don Carlos Holguín, el país apenas convalece de la penúltima de sus guerras civiles y estrena una nueva Constitución.</p><p>Por eso en el libro de Leyes de 1890, Edición Oficial hecha bajo la dirección del Consejo de Estado y publicada por la Imprenta La Luz de Bogotá, aparecen, al lado de leyes que regulan la construcción de ferrocarriles, de líneas telegráficas, de puentes y otras obras públicas, extensa legislación sobre expropiaciones, sobre pensiones, sobre gobierno de indios salvajes, sobre creación y financiación de lazaretos y sobre reformas a los procedimientos judiciales (ésta última con 25 títulos divididos en sus correspondientes capítulos y una extensión de 82 páginas). El presupuesto nacional apenas excedía los 20 millones de pesos y los auxilios del gobierno a los hospitales de las ciudades más grandes fluctuaban entre los 1.200 y los 3.000 pesos anuales. Llaman la atención, sin embargo, por su precisión y concisión los 9 artículos que forman la Ley de creación de la Academia;luego de fijar el número y la condición de miembros activos honorarios y correspondientes dice, en su artículo 50. que “la Academia dará al Gobierno los informes que se le pidan sobre puntos relacionados con las ciencias médicas y naturales y pasará al fin de cada año una relación de sus trabajos”; establece que la Academia dará dos premios anuales a los mejores trabajos que se le presenten sobre Medicina Nacional y dice que “el Gobierno proveerá a la Academia de un local adecuado para sus reuniones y formación de biblioteca, museo y conservación de sus archivos”, proveyéndola también, en su artículo 90. de un auxilio de 3.000 pesos anuales. La ley aparece firmada por don Jorge Holguín, presidente del Senado, y por don Adriano Tribín, presidente de la Cámara de Representantes.</p><p>Qué contraste entre esa Colombia rural, pobretona y casi bucólica con la que nos tocaría vivir 100 años después. Cesaron las guerras civiles pero dieron paso a una guerra no declarada pero casi interminable entre diversas facciones no necesariamente políticas y que hace que el homicidio, la violencia y el trauma sean quizás la primera causa de mortalidad y morbilidad en los colombianos. La justicia y las leyes han dado paso a una maraña de procedimientos que por venales o por inocuos, inducen a una desconcertante y peligrosa impunidad. Y a pesar de que la riqueza llega al país por las vías legales y las ilegales, las brechas continúan siendo cada vez más grandes y las instituciones más incapaces de solucionarlas. y en vez de poder mirar a nuestro alrededor en busca de ejemplos, de derroteros o de auxilios edificantes, nos movemos al ritmo de una cosmonave tierra cada vez más depredada en sus recursos y en sus valores humanos, ecológicos y sociales...</p>

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