Escritos (Aug 2016)
Una reflexión bioética para la tecnociencia
Abstract
El inteligente hombre Sin lugar a dudas el más extraordinario descubrimiento que ha hecho el hombre, de lo que de por sí le es innato, es la inteligencia. Una que empezó a ser humana cuando nuestros antepasados decidieron bajar de los árboles y, algún día, ya nutridos de raíces y de frutos secos con un alto valor proteínico, observaron que el palo y la piedra que llevaban en sus manos y a los que habían recurrido para defenderse, al darles unos golpes con destreza, soltaban unos pequeños trozos que, a la vez, creaban unas aristas que los convertían en instrumentos de primerísima categoría para, por ejemplo, ‘crear’ el fuego, carnear los animales cazados, atemorizarlos hasta el punto de poder domesticarlos y cultivar las plantas; creando a su alrededor un hábitat distinto al que la naturaleza les ofrecía. No había que salir a buscar el alimento todos los días recorriendo grandes distancias y exponiéndose a los peligros implícitos en esas actividades; podían valerse de los animales y plantas de la ‘granja, dejando tiempo para el ocio, el entretenimiento, el compartir con los demás integrantes del clan, amar a sus mujeres, educar a sus hijos y cultivar el arte de dejar plasmados en las paredes sus hazañas, sueños, esperanzas y temores. Todo eso gracias a su inteligencia.