Medicina (Aug 1996)
A propósito de un retrato póstumo: Francisco Espinel Salive (1929-1985)
Abstract
<p>Si a Francisco Espinel le hubiéramos dicho que íbamos a descubrir esta noche su retrato en la galería de los grandes de la Academia de Medicina de Bucaramanga, habría entornado sus negros ojos saltones y con un rictus, entre risa y escepticismo, habría murmurado: “Bueno, y eso … ¿para qué?” -y seguramente después, al calor de unos cuantos whiskies y después de haber pulsado el tiple heredado de José Ferreira, me habría hecho repetir el soneto “Vera efigie”, compuesto por mí hace poco, cuando en la Academia Nacional el Vicepresidente, Dr. Adolfo De Francisco Zea, quiso pedir a sus familiares que se ejecutara, para colgarlo allí, un nuevo retrato de su ilustre abuelo el Dr. Luis Zea Uribe:</p><p><strong>Vera Efigie</strong></p><p><strong>Puede usted yacer tranquilo y quieto</strong><br /><strong>entre su tumba, ilustre doctor Zea:</strong><br /><strong>al fin y al cabo la brillante idea</strong><br /><strong>de retratarlo, ha sido de su nieto.</strong></p><p><strong>Qué mejor que, plasmado en un boceto,</strong><br /><strong>colgarlo en el salón, como presea</strong><br /><strong>de la Academia, en que brilló la tea</strong><br /><strong>de su talento, lúcido e inquieto?</strong></p><p><strong>El problema, doctor, es el estilo;</strong><br /><strong>la decisión pendiente está de un hilo</strong><br /><strong>de retratarlo así, de cuerpo entero,</strong><br /><strong>o, cediendo a atavismos de su gente</strong><br /><strong>dejarlo a usted gordito y reluciente</strong><br /><strong>en un cuadro …pintado por Botero.</strong></p><p>En todo caso, sea que del soneto se derive o no una moraleja, sé que a Pacho le hubieran chocado los discursos. Hubiera preferido que habláramos en tono menor y un poco sonriente, como ahora, o como cuando nos conocimos desde siempre, hace ya 37 años, en los pabellones del Instituto Nacional de Cancerología. Entrábamos a hacer el internado con apenas unos cuantos meses de diferencia, y de él se decía que era uno de los alumnos más brillantes de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional. Lo contrario de mi caso, él venía al Instituto después de haber hecho su año rural.</p><p>No sé si por ahí se enrumbó nuestra primera conversación, pero el hecho fue que apenas pregunté, erróneamente, si el pueblito de Donmatías quedaba “ganando ya para el Cauca”, resultó que se sabía de memoria el romance de Ramón Antigua. Y que era un admirador cerrado, de muchos años atrás, del maestro León de Greiff. Allí me tocó una vena pues yo también lo era, aunque no tan cerrado. Y en la primera tenida de tragos que tuvimos, repasamos desde los primeros poemas del maestro (“Porque me ven el pelo, la barba y la alta pipa, dicen que soy poeta, cuando no porque iluso”) o los primeros madrigales (“Como Annabel, como Ulalume, esta mujer es una urna, llena de místico perfume”) hasta las últimas cantatas del “Fárrago Quinto Mamotreto”, que era su último libro, por esa época recién aparecido.</p><p>Todos eran versos que a Pacho le fluían con verdadera emoción. Y era difícil sacarlo del entorno de-greiffiano a menos que recitara sus propios poemas, que desde el comienzo me parecieron de una armonía y una resonancia increíbles, muchos de ellos al tiempo profundamente filosóficos y sentimentales. Oigamos algunos de ellos..</p>