Medicina (Apr 2002)
Discurso de Posesión del Académico Dr. Juan Mendoza Vega como Presidente de la Academia Nacional de Medicina (2002-2004)
Abstract
<p><strong>Sesión Solemne de Marzo 21 de 2002.</strong></p><p><strong><br /></strong></p><p>Señor Secretario Perpetuo de la Academia Nacional de Medicina, Profesor Hernando Groot Liévano Señor Presidente del Colegio Máximo de Academias de Colombia y Director de la Academia de la Lengua, Don Jaime Posada Señores Presidentes de Academias Colombianas Señores Rectores de Universidades Señor Presidente saliente de la Academia Nacional de Medicina, doctor José Félix Patiño Restrepo Señores miembros de las Juntas Directivas saliente y entrante de la Academia Señores Académicos Queridas amigas y amigos presentes María Victoria, hijos y nietos presentes en espíritu, querida familia</p><p>Señoras, Señores:</p><p>Me embarga en esta solemne ceremonia una emoción inmensa. Por la bondad de los señores Académicos vertida en la votación reglamentaria, llegó hoy a la más alta dignidad a que pueda aspirar un médico colombiano: la Presidencia de la Academia Nacional de Medicina, culminación magnífica de esta vida ya larga dedicada al estudio y el ejercicio de la más bella, exigente y gratificante profesión.</p><p>Vengo, señoras y señores, de Chinácota, un pueblo pequeño y tibio en el Norte de Santander; inicié mi formación intelectual en la señorial Pamplona y luego, apenas transcurrida la mitad exacta del Siglo Veinte, fui discípulo de una pléyade brillante de médicos en la Universidad Nacional de Colombia y el Hospital de San Juan de Dios de Bogotá, “La Hortúa” entonces reconocido centro de excelencia para Colombia y América Latina, hoy lamentablemente abandonado a inmerecida ruina. Si algún mérito puedo exhibir hoy, lo debo sin duda a mis maestros, algunos en buena hora presentes en este auditorio; a ellos y a la memoria de los ausentes rindo agradecido homenaje.</p><p>La centena de años marcada con la cifra “mil novecientos” fue, en la historia de la Humanidad y por ello Discurso de Posesión del Académico Dr. Juan Mendoza-Vega como Presidente de la Academia Nacional de Medicina (2002-2004) Sesión solemne de marzo 21 de 2002 de la Medicina, un período de avances y cambios tan profundos y abundantes como jamás se había vivido; con rapidez creciente, pasamos del examen clínico visual, táctil y auditivo, los Rayos X y las pruebas de laboratorio elementales, a un acervo tecnológico integrado alrededor de los computadores y que hoy nos permite ver, literalmente, el interior del cuerpo vivo y analizar sus funciones con un grado de precisión que llega al nivel de las moléculas. El propio genoma humano, la clave de aquello que nos da caracteres especiales y únicos como especie que piensa, se analiza a sí misma y se comunica con especial finura, está entregando sus secretos a los sabios que lo estudian.</p><p>Si eso fuera todo, podríamos celebrar la llegada de nuevo poder para ayudar a nuestros semejantes en el cuidado de su salud, la mejora en su calidad de vida, el combate contra la enfermedad. Pero, al tiempo con los conocimientos científicos y las novedades tecnológicas, han aparecido cambios sociales que construyen un escenario igualmente nuevo para el ejercicio de la Medicina y, al menos en nuestro país, un intento más o menos soterrado para privarnos de nuestra condición de profesionales y ponernos a desempeñar un oficio sujeto a condiciones de actividad comercial; esto, por razones obvias, nos causa profunda preocupación.</p><p>Al estudiar la situación en Colombia durante los últimos ocho o diez años, hemos visto que es posible enfocar la Medicina de dos modos bien distintos:</p><p>– Como un oficio, es decir, atendiendo sobre todo a la aplicación de conocimientos y habilidades para conseguir una “obra” que cumpla ciertas normas y llene las expectativas de quien “recibe” esa “obra”, que sería el cliente.</p><p>– O, de otro lado, como una profesión, que se estructura alrededor de un compromiso, de base ética, que el profesional acepta libremente pero que una vez aceptado, lo obliga para siempre a poner el máximo de sus capacidades al servicio de la persona que lo llama en su auxilio; este compromiso abarca entonces, no solamente la aplicación de conocimientos y habilidades sino el establecimiento de una “relación de confianza” para la cual son fundamentales la recta intención, la disposición bondadosa, el juicio ético bien formado, la lealtad y la autenticidad por parte del profesional.</p><p>– Para la práctica como oficio, el énfasis se pone en “lo que se sabe” y en lo que “se sabe hacer”; se buscan más conocimientos y se insiste en “practicar mucho” para adquirir cada vez más “habilidad”, “precisión”, “rapidez”. La especialización y la superespecialización, al limitar el campo de acción, aparecen como muy propicias para “mejorar la obra”; la adquisición de conocimientos no directamente relacionados con el campo en que se actúa (por ejemplo, asuntos de historia, de literatura, de relaciones interpersonales, de comunicación) se ve como “poco útil” o superflua. Respecto de la persona a quien se atiende, se siente la obligación de “ofrecerle lo mejor de la ciencia y la tecnología” que esté al alcance, sin facilitar mayor contacto ni dedicarle mas tiempo que el estrictamente necesario para cada “acto” de diagnóstico o de tratamiento.</p><p>– Cuando se considera profesión, el énfasis va al Ser Humano con quien se establece el vínculo, al reconocimiento de ese “otro” como igual al médico y digno de la misma consideración, del mismo respeto por su dignidad y sus derechos; no se abandona ni disminuye la preocupación por los conocimientos y la habilidad para aplicarlos, pero se los subordina a la relación entre personas, con estrictos parámetros de Ética y Bioética que llevan a una postura de auténtico humanismo.</p><p>La palabra clave del ejercicio como profesión es, y ya lo dijo Paracelso en el siglo XVI, la palabra amor.</p><p>El amor es un sentimiento que, por definición, requiere más de una persona: no es egoísta porque quien ama pone ante todo, por encima de sus propios deseos e intereses, al Ser amado, a la persona que por constituir el objeto de su amor adquiere la máxima importancia; aquel que ama encamina sus pensamientos, sus emociones y sus actos de modo que sean “para el Ser amado”, para su satisfacción, su homenaje, su beneficio...</p><p><strong><br /></strong></p>