Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado (Jan 2012)
Diversas miradas: democracia del amor
Abstract
Al hacer una presentación de esta monografía sobre Amor y Educación lo primero que deseamos destacar es que todos los autores que han colaborado en la misma coinciden en señalar que la educación es un acto amoroso que nos capacita para respetar al otro u otra como legítimo otro u otra en la convivencia. Sin aceptación del otro o la otra en la convivencia no hay educación, pero tampoco la hay sin la aceptación de sí mismo. La condición fundamental y básica para que el ser humano se desarrolle como un ser que aprende a pensar, que aprende a comunicarse, que aprende a sentir y que aprende a actuar, es el amor. El amar surge en el momento que abrimos un espacio a los demás, un espacio a las relaciones con otros u otras, porque supone ver y oír al otro sin prejuicios, sin expectativas, pero para que esto ocurra hay que estar dispuesto a hacerlo, hay que estar dispuesto a quererlo. Una vida sin amor no tiene sentido de ser vivida. Los seres humanos somos hijos del amor. Lo que nos hace seres humanos, según este punto de vista, es nuestro vivir como seres cooperativos y amorosos, con conciencia de sí mismo y con conciencia social, en el respeto por sí mismo y por los otros. Pero para ello –subraya Maturana (1997)– debemos abandonar el discurso patriarcal de la lucha y la guerra, y volcarnos en el vivir matrístico del conocimiento de la naturaleza, del respeto y la colaboración en la creación de un mundo que admite el error y puede corregirlo. Una educación que nos lleve a actuar en la conservación de la naturaleza, a entenderla para vivir con ella y en ella sin pretender dominarla, una educación que nos permita vivir en la responsabilidad individual y social que aleja el abuso y trae consigo la colaboración en la creación de un proyecto armonioso entre la naturaleza y el ser humano. Pero sólo si se vive en la biología del amor el individuo desarrolla el respeto a sí mismo y a los demás, así como una conciencia social. De acuerdo con esta teoría, compete al profesorado crear las condiciones necesarias para que el alumnado viva en la biología del amor educándose mutuamente, donde amor y conocimiento no son dos cosas alternativas sino que el amor es el fundamento de la vida humana y el conocimiento sólo un instrumento de la misma (MATURANA, 1994a). Lo más importante es que la educación sea capaz de crear las condiciones que permita a cada cual llegar a ser un ciudadano o una ciudadana culta, autónoma, responsable y, sobre todo, feliz. Por eso necesitamos una escuela pública apasionada por el conocimiento y por la vida (verdad), por el amor al otro u otra como legítimo otro u otra (bondad) y por saber vivir en el respeto a la diversidad como valor (belleza). Solemos decir que vivimos en la sociedad del conocimiento y de la incertidumbre y que necesitamos de docentes competentes y comprometidos moralmente con la educación. Profesionales que tengan claro qué tipo de ciudadanía necesitamos y cómo debemos formar a dicha ciudadanía. Nuestro pensamiento es que este compromiso con la educación sólo se podrá lograr si nuestro modelo educativo, además de posibilitar una ciudadanía competente intelectualmente, consiga un buen ciudadano o una buena ciudadana donde el amor al otro u otra como legítimo otro u otra en la convivencia sea el epicentro de su pensamiento y de sus acciones. No sólo necesitamos formar a la ciudadanía como personas intelectualmente cultas, sino moralmente buenas personas. En este sentido las propuestas de los diversos autores apuntan hacia un proyecto moral de educación que propicie una ciudadanía pensante, crítica y culta que sea capaz de problematizar la realidad más cercana. Una ciudadanía libre y responsable capaz de guiar éticamente sus comportamientos y sepa tomar decisiones y asumir la responsabilidades de sus acciones, incluso, en situaciones complejas.