Hipogrifo: Revista de Literatura y Cultura del Siglo de Oro (Jun 2022)
Los verdaderos enemigos del gobierno virreinal. ¿Las élites locales o las circunstancias históricas?
Abstract
En medio de aparatosas y deslumbrantes ceremonias, de arquitectura efímera y pinturas alegóricas colocadas en las plazas, de una literatura rebusca[1]da y oficialista, la sociedad novohispana juraba fidelidad extrema a los gobernantes enviados desde España pero, en el fondo, esa fidelidad sobreactuada se condicionaba al compromiso de los virreyes para respetar las costumbres y mantener el orden establecido. Ese statu quo beneficiaba a un grupo privilegiado de criollos y españoles establecidos, quienes hacían toda clase de negocios al amparo de ordenanzas y reglamentos que no acataban o interpretaban a su modo para enriquecerse a sí mismos y a sus familias. Por eso, cuando el virrey marqués de Gelves intentó en 1622 poner orden en la Nueva España presionando a los jueces para que hicieran efectiva y desinteresada la justicia, combatiendo el nepotismo y la corrupción, así como el enriquecimiento desmesurado de la alta burocracia, regulando los precios de los bastimentos, limpiando los caminos de ladrones, dictando medidas para que los religiosos regulares y seculares atendieran sus jurisdicciones correctamente, se le echó encima todo el reino. Disfrazado de un tumulto popular cuyos hilos manejaban de modo encubierto los religiosos encabezados por el arzobispo Juan Pérez de la Serna, el motín de indios y negros incendió el palacio de gobierno y depuso al virrey que debió refugiarse en el convento de San Francisco para salvar su vida. Este artículo propone que la literatura oficialista de la Nueva España era hipócrita y podía ser tan venenosa en sus zalamerías como el más escandaloso de los pasquines que se pegaron en los muros del palacio virreinal.