Intersecciones en Comunicación (May 2021)
Lo que articula lo educativo en las prácticas socioculturales
Abstract
Cuando hablamos de lo educativo nos encontramos con dos tipos de representaciones[1] hegemónicas. Unas, hacen de lo educativo un proceso o una acción aislada de cualquier condicionante histórico-social y cultural. Otras, vinculan de manera absoluta y excluyente a lo educativo con la institución escolar y los procesos de escolarización. En el primer tipo de representaciones, nos encontramos con los rastros y los residuos de posiciones idealistas y espiritualistas, que suelen “sacralizar” a la educación, abstrayéndola de cualquier determinación material. De este modo, los procesos educativos suelen verse como neutrales, más o menos estables en el tiempo, invariables en su definición y cargados de positividad, es decir, de “valores” y “prácticas positivas” socialmente. Esto sin estimar los modos en que los valores y las prácticas sociales sólo pueden comprenderse como “positivas” en un determinado tiempo y lugar. Por ejemplo, el uso de drogas puede ser positivo en determinadas culturas y estar cargado de connotaciones negativas en nuestras sociedades de consumo; las prácticas homosexuales pudieron ser aceptables y positivas en algunas comunidades y estar cargadas de significados negativos en ciertos sectores de nuestra sociedad, etc. Pero, además, suele otorgarse una carga negativa al hecho de robar, por ejemplo, aunque en ciertos pensamientos ético-políticos (como el de San Ambrosio en el siglo IV) es lícito en determinados contextos de necesidad vital, así como la acumulación de riquezas –en ese pensamiento- posee un carácter ilícito. Entonces, no siempre y en todo lugar lo “positivo”, desde el punto de vista axiológico, coincide. Tampoco es unívoca la positividad de los saberes incorporados en el proceso educativo. En otras culturas resulta positivo el conocimiento y el saber de “datos revelados” o de la magia, antes que el conocimiento científico, por ejemplo.